Afrontar una reflexión sobre el voluntariado, da igual en ASPACE o en cualquier otra asociación o colectivo, requiere resetearse y resituarse en las nuevas situaciones generadas por este convulso primer quinto de siglo XXI.
Intentar entender conceptos de siempre bajo sus definiciones tradicionales, sin analizar cómo han podido afectarle las realidades en las que se sitúan, es condenar al más estrepitoso de los fracasos la ejecución de su desarrollo.
Las nuevas legislaciones a niveles autonómico e incluso europeo parecen haber entendido esto y ya dotan al ejecutor de la acción voluntaria de unos derechos y unas protecciones que sin duda terminan beneficiando, como no podía ser de otra manera, a los receptores del servicio.
Siendo menos críptico: no es el o la voluntaria la persona que con altruismo y empatía le sube la compra a esa vecina de la tercera edad que no puede hacerlo sola. El voluntariado, la acción voluntaria debe estar enmarcada en un proyecto, dentro de un proceso, desarrollarse en el seno de una asociación, responder a una planificación y perseguir unos objetivos que a su vez enraícen en la misión, la visión y los valores de esa asociación.
Aún nos queda como tarea importante en muchos colectivos el «creérnoslo», liberar a las personas responsables del voluntariado de otras tareas, total o parcialmente, para que pueda dedicarse a sembrar ese interés por el voluntariado en quien no lo tenga, regarlo en quien sí lo posea y recolectarlo en quienes lo tienen maduro. El voluntariado es una actividad de primer nivel porque repercute en la ejecución de actividades que mejoran la calidad de vida y el bienestar de los usuarios y usuarias de los colectivos. En parálisis cerebral este argumentario no es distinto. La simiente está, los y las profesionales también, la mejora está en camino, sin duda.
Antonio Bueno