Hola a todos, con estas palabras lo que quiero contar es como llegué a ASPACEHU y tuve la fortuna de dejarme atrapar en sus redes. Me gustaría ser breve, pero al tiempo capaz de expresar lo que esto supuso para mí, ya que al margen de que mi unión con ASPACEHU, como comprobareis, haya sido fruto de una bendita casualidad, puede que sea reflejo de lo que a muchas otras personas, que como yo estén vinculadas al movimiento ASPACE, les haya podido ocurrir y sentir. No haré mucha alusión a personas concretas en este relato, ya que tiene más que ver con sentimientos y sensaciones que con experiencias, no obstante, hay una, que aunque de forma coyuntural y sin estar en modo alguno ligada a ASPACEHU, por ser la artífice de este vínculo fantástico, no puedo dejar de nombrar, gracias a ella he tenido la suerte de trabajar y conocer a otras muchas que, como referentes y apoyos, me han marcado y dejado huella, algunas de ellas ya no están.
Allá por el año 93, en plena resaca andaluza de la recién terminada Expo 92, llegué una tarde a la Asociación Cultural de Sordos de Huelva, entidad con la que colaboraba por aquel entonces, y allí, como era habitual, estaba mi querida amiga Isabel. Era su intérprete y trabajadora social. Es evidente que con “veinti-pocos” años de edad, mi afán de colaboración con esa entidad estaba muy motivado por su presencia y la de alguna otra trabajadora y voluntaria.
Al grano, recuerdo casi literalmente la conversación que mantuvimos esa tarde, que más o menos vino a ser:
ISABEL.- Ángel, el Presidente de ASPACEHU me ha dicho que está buscando un trabajador social para su asociación y me ha preguntado si conozco alguien.
YO.- ¿ASPACEHU?
ISABEL.- Si hombre, la Asociación de Parálisis Cerebral.
YO.- ¡Ah, vale!
ISABEL.- No la conoces ¿verdad? No te preocupes, es un sito estupendo. Mañana vamos a hablar con él.
YO.- ¿A qué hora quedamos?
Hace ya más de veinticinco años de esta historia y lo recuerdo con total nitidez. Es cierto que tenía muchas ganas de trabajar, y me hubiese agarrado a cualquier cosa, pero no haría honor a la verdad si dejase de reconocer que fue su seductora y tierna energía lo que me arrastró, de su mano habría ido a cualquier sitio, tenía la intuición de que mi amiga siempre me conduciría a un buen lugar, y no me equivoqué, porque me llevó a ASPACEHU. Por aquel entonces no fui consciente de lo este hecho supondría para mi, y siento que le debo un abrazo de agradecimiento a Isabel. ¡Ojalá! algún día tenga ocasión de dárselo. Por muchos motivos me considero una persona razonablemente feliz, sin lugar a dudas, ASPACEHU es uno de ellos.
El caso es que allí me encontré, un tipo al que todavía a duras penas le crecían pelos en la barba tenia las puertas abiertas de un mundo que desconocía, pero que estaba ansioso de explorar. Entré por ellas con ese miedo valiente del torero que sabe de la bravura del toro que tiene lidiar, pero casi sin tiempo a que la responsabilidad me asustase, obligado por las circunstancias, agarré el toro por los cuernos y en una semana estaba ejerciendo de trabajador social y asumiendo los retos y proyectos de una época que fue apasionante, pero esta es una historia que otro día contaré. Continuando el símil taurino, me hice torero sin pasar por novillero, aunque indudablemente he de reconocer que desde el primer día fui acogido como un miembro más de esa pequeña familia que por entonces era ASPACEHU y tuve todos sus apoyos y agasajos.
ASPACEHU me atrapó, trabajar aquí ha sido una aventura que a día de hoy no ha terminado y no encuentro mejor manera de describirla que asemejarla a la aventura que diariamente viven muchas personas con parálisis cerebral, quienes a pesar de sus múltiples dificultades, en lugar frustrarse, se afanan en seguir caminando, salvar los obstáculos y conseguir sus propósitos, encontrado en ello constantes oportunidades de satisfacción personal. Su ejemplo de superación ha sido el espejo en que me miro, es lo que me ayudada cuando las cosas vienen “mal dadas” a no escatimar esfuerzos y junto con ellos, seguir navegando en este mar de incertidumbres y escaseces de recursos, e ir poco a poco consiguiendo nuevos logros.
Aquí he conocido gente estupenda, y refiriéndome especialmente a las personas con parálisis cerebral, muy agradecidas. Me han ayudado a comprender lo importante que las muestras de afecto y cariño pueden llegar a ser, no llenan bolsillos, pero son una recompensa incalculable.
Son pequeñas cosas, casi intangibles, como el beso que me pide Tamara cada vez que me ve, el piropo de Benítez diciéndome “Ángel, ¡qué guapo eres!”, el abrazo de Manolo García y el regalo de sus poesías, la sonrisa de Merchi cuando le doy un poquito de café, la complicidad de González con sus gestos de comprensión o palmadas de satisfacción, los “buenos días” de Miguel, aunque sean las tres de la tarde cuando me haya visto por primera vez, etc, etc, etc,…
¿Puede alguien decir lo que esto vale?, yo ni me lo planteo, solo sé que me he acostumbrado, tengo oportunidad de disfrutarlo y aunque en ocasiones no sea consciente de ello, se que lo necesito y su carencia es algo que no imagino. Son estas cosas pequeñas las que me mantienen atrapado en una red de la que de ninguna manera me quiero escapar, y si hay algo que me da miedo, es que por alguna sinrazón sus frágiles nudos se puedan zafar.
Un abrazo.